Psicólogo deportivo

Como en cualquier competición o examen debía demostrar mi capacidad en un momento concreto. Todo lo que había demostrado hasta entonces no tenía valor, no contaba… Y ese día fallé.

No por falta de entrenamiento ni de condición física. Simplemente me bloqueé, me paré y no pude continuar.

Unos minutos antes las malas sensaciones se acumulaban y no podía lidiar con ellas. En mi interior sólo retumbaba un pensamiento: “Vas muy mal, no puedes, párate”. Y, claro, mi cuerpo se paró.

Al instante siguiente fui consciente de que el sueño se había esfumado, y que no podía volver atrás. De repente, todo había cambiado. Sentí que había fracasado. Empezaron a aparecer sentimientos de rabia, frustración, desesperanza, impotencia y, lo más hiriente, estaba enfadado y decepcionado conmigo mismo.

Los siguientes meses evolucioné como persona y deportista. Volví al año siguiente con más fuerza, con más empeño y con más determinación. Y entonces lo conseguí.

El entrenamiento físico había cambiado poco. Pero había sumado un componente a mis habilidades: el trabajo mental.

En ese duro pasaje de mi juventud comprendí la importancia de equilibrar cuerpo y mente. Entendí que necesitamos esa sinergia para alcanzar los objetivos. Y esto es algo que ocurre a nivel personal, académico, laboral y, por supuesto, deportivo.