En la actualidad, vivimos un momento de auge deportivo, tanto a nivel formativo, aficionado como profesional. Dicho auge viene aupado por varias cuestiones, entre ellas, razones médicas, de salud, recreativas…pero también por tendencia de la sociedad a venerar el culto al cuerpo y la buena aceptación social que ello conlleva. En muchos casos, ello lleva a la persona a realizar un volumen de entrenamiento excesivo o extenuante que puede no ser recomendable para la salud cerebral.

Ampliamente conocidos son los efectos beneficiosos que tienen los hábitos de vida saludable sobre nuestro organismo. Los efectos de llevar a cabo una dieta equilibrada, hacer ejercicio, mantener unos ciclos de descanso adecuados, son claramente visibles sobre nuestro aspecto físico a las pocas semanas de introducir estas buenas costumbres en nuestra rutina diaria, pero ¿qué hay de los beneficios a nivel cerebral?

El ejercicio físico mejora el rendimiento cognitivo a través de varios mecanismos, entre ellos:

  • Plasticidad sináptica: mayor número y más complejas conexiones entre neuronas

  • Neurogénesis: formación de nuevas neuronas sobretodo en el hipocampo (muy implicado en la memoria).

  • Flujo sanguíneo: aumento del consumo de oxígeno neural

Éstos, entre otros factores, acaban consiguiendo un factor de neuroprotección en todas las áreas cerebrales investigadas en la actualidad, favoreciendo el rendimiento cognitivo y combatiendo la evolución y la sintomatología de algunas enfermedades neurodegenerativas.

El ejercicio físico provoca efectos positivos sobre nuestro organismo que pueden tornarse en negativos dependiendo de la interacción de determinados factores:

  • Intensidad
  • Duración
  • Estado de salud
  • Forma física previa
  • Percepción subjetiva del ejercicio realizado

La investigación científica plantea que el ejercicio físico se proyecta en nuestro cuerpo mediante una curva hormética. Esto quiere decir que el cuerpo puede reaccionar al ejercicio de forma positiva o negativa dependiendo de la intensidad del ejercicio. Hasta cierto nivel de intensidad los efectos son beneficiosos, pero a partir de cierto punto, los efectos positivos se desvanecen o se tornan negativos.

Por tanto, es fácil deducir que existe una frontera que separa hasta dónde el ejercicio acumula más aspectos positivos que negativos y a partir de qué punto el balance de efectos comienza a ser mayoritariamente negativo. Hasta el momento, la comunidad científica no ha alcanzado el consenso para determinar qué factores son los que determinan dicha frontera.

Por tanto, la respuesta al título de este artículo quedaría en el aire, pero sí que sabemos qué intensidad deber tener el ejercicio para que sea beneficioso para cuerpo y cerebro entre otras cuestiones importantes:

  • La intensidad del ejercicio debería ser de ligera a moderada, entendiendo por ligera entre un 60-70% de nuestra frecuencia máxima y en el caso de moderada debería oscilar entre el 70-80% de nuestra frecuencia máxima. La frecuencia máxima la podemos calcular de la siguiente manera:

    • Sexo femenino: 226 – edad
    • Sexo masculino: 220 – edad
  • El ejercicio extenuante también ha sido investigado y se ha observado que es perjudicial para la memoria y para las etapas tempranas de consolidación del aprendizaje. Llegándose a equiparar con el sedentarismo aportando poco o ningún aspecto positivo.

  • Las actividades mayoritariamente aeróbicas (intensidad moderada y sostenida en el tiempo), incrementan en mayor grado la funcionalidad de nuestro cerebro. En cambio, las actividades anaeróbicas (alta intensidad durante poco tiempo) tienen efectos menores, pero nada desdeñables.

  • Lo que sí sabemos es que para nuestra memoria y cognición, el ejercicio más eficaz, será aquel que quede por debajo del umbral de la curva hormética, zona a partir de la cuál, empezarían a desaparecer los efectos positivos y comenzarían a aparecer efectos negativos o adversos.

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